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Detectives de casino

Durante cinco años de mi vida fui croupier y trabajé en el casino de Barcelona, Peralada, Lloret de Mar (el antiguo), Costa Brava y Tarragona. Era un trabajo que me encantaba y hoy no sería detective privado si no fuera por lo que viví allí.

Lo cierto es que por aquel entonces era un estudiante de Derecho de tercer curso que trabajaba en la asesoría jurídica de la Diputación de Tarragona y hacía mucho tiempo que había decidido que no quería ser abogado. Os podéis imaginar que aquel trabajo, respondiendo quejas de ciudadanos respecto a los impuestos de basuras no me acaba de llamar.

Un día vi publicado un anuncio en el que buscaban croupiers para un casino que abría en la ciudad, motivado por su traslado desde Lloret de Mar. Más adelante abrieron otro en la misma ciudad (en el que también trabajé), pero esa es otra historia.

Me apunté a la oferta de empleo y me convocaron a una entrevista multitudinaria con 250 aspirantes. Todo empezó como una especie de publirreportaje sobre la empresa. En cualquier momento estaba esperando que intentaran venderme un juego de cacerolas, pero no fue así.

Después nos separaron en grupos e hicimos un círculo donde nos propusieron una historia y nosotros, los aspirantes, debíamos consensuar quien era el responsable de los hechos que nos narraron.

El objetivo me pareció claro desde el primer momento. Debíamos consensuar, no tomar partido. Hubo gente que se obstinaba en señalar a tal o cual personaje como el responsable final del juego. Aquellos que intervenimos con la clara intención de consensuar la posición del resto, fuimos los elegidos para el puesto de trabajo.

Después de aquel psicodrama, nos hicieron una entrevista personal. Supongo que para descartar a sociópatas especialmente bien adaptados. De aquella criba quedamos 40 personas.

El día de los Santos Inocentes, al cabo de unas semanas, me llamaron para decirme que podía hacer el curso de croupier y fue una época de mi vida especialmente agotadora.

Por la mañana trabajaba en la Diputación y salía a las tres de la tarde. Cogía el coche y me presentaba en el curso (que también empezaba a las tres). Conociendo mi situación laboral, me dieron permiso para llegar un cuarto de hora tarde, que aprovechaba para conducir y comer un fuet, la comida rápida de mi ciudad :)

El curso duraba seis meses, aprovechando que estaban adecentando el local donde iban a abrir el casino. Allí aprendí diferentes juegos: Poker americano, blackjack y ruleta francesa. Más tarde aprendería Mini Punto y Banca (pero este último lo olvidé tan pronto como me especialicé en la sala de juego).

En el curso practicábamos cálculo mental y capacidad psicomotriz con fichas, naipes y el resto de elementos. Había mucha presión y cada semana descartaban a uno o dos aspirantes. Y sin embargo, lo que más he utilizado en mi vida profesional como detective fue la visión periférica.

En un lapso de tiempo ridículamente corto y fijándote en detalles como el color de las mangas, en relojes, en el valor de las fichas o en la jugada predeterminada de un jugador, debíamos saber de quien era cada ficha apostada en el tapete de la ruleta. En mi vanidad, siempre me he dicho que esa capacidad de observación ya la tenía de manera inherente en mi persona pero he de reconocer que aquella formación mejoró mis aptitudes.

Al final llegamos a vestir la pajarita de croupier 20 personas. Para una generación sin servicio militar, aquella experiencia es lo más parecido que he vivido. Y no acabó allí.

Como el casino no estaba preparado para abrir, nos llevaron a hacer prácticas a diferentes casinos del grupo. Yo fui a Peralada, en la provincia de Girona. Era en una época en la que en las mesas de juego se gastaba una cantidad impresionante de dinero de manera habitual y no había ordenadores o pantallas táctiles. Vivimos los últimos rescoldos de una época de casinos de verdad.

La primera vez que me enfundé la pajarita y entré a la sala de juego me encontré con una sala señorial con las paredes cubiertas de antiguos tapices y una armadura real parapetaba la entrada.

Estaba empezando la fiebre del Poker Texas Hold’m y todavía no se permitían ni las bermudas ni las gorras con visera. No estoy seguro de la obligatoriedad de llevar americana pero no me sorprendería que por aquel entonces se exigiera etiqueta.

Salido de una oficina, de una austera administración pública donde se discutían temas reales y un tanto prosaicos, me encontraba en un mundo irreal donde el dinero no lo valía, la seguridad era máxima y se esperaba en cada momento que diera el máximo de mi mismo.

Claro que no todo era magnífico. Era un trabajo y me pagaban por estar allí. Había clientes que en la vida real eran ya verdaderos ogros, pues imagínate que esos ogros estén una noche perdiendo dinero. También habían clientes (los más) que eran personas maravillosas. Aquel verano en Peralada fue uno de los mejores de mi vida.

Por motivos que no desvelaré en este post, por aquello de dejar volar vuestra imaginación, hubo un momento, ya en el recién estrenado casino, en que uno de los veteranos más carismáticos me avisó que la empresa me pondría un detective privado.

Hasta aquel entonces, los detectives eran para mi poco más que personajes de ficción. Pero aquellas palabras daban vueltas y vueltas en mi cabeza. Habían pasado años y estaba viendo que mi época en el mundo de la noche había pasado. Con mi formación en Derecho pensé que podía ser una opción y me volví a apuntar a la universidad para cursar los obligatorios tres años universitarios que te habilitan como detective.

Recuerdo que seguía trabajando en el casino y regateaba las vacaciones con mis compañeros para que coincidieran con los exámenes que se hacían en la Universidad. No asistí a ninguna clase. Mi rutina era trabajar de noche y escuchar los libros en pdf con loquendo. Hasta dormía con el audio puesto por si podía retener algún concepto en mientras estaba inconsciente :)

Los hados fueron favorables y mi primer caso fue inmediato. Nada más obtener la licencia, vino una cajera del casino que se estaba divorciando y me contrató por 500 euros (IVA incluido). Con ese dinero pagué la gasolina y los autónomos. Pero lo más importante de todo fue que me hizo saltar al lodo de la investigación privada.

Como cualquier relación, la mía con el casino acabó pero con el mejor de los recuerdos posibles. Ahora soy (entre otras cosas) detective privado. Pero no uno cualquiera, sino uno que tiene un profundo conocimiento en el mundo de casinos de juego y sus jugadores.

Si necesita un detective de casino o realizar una investigación relacionada con ludopatías y similares no encontrará agencia de detectives más especializada en el tema en toda España.

Si necesita un detective privado con especial visión periférica, ya lo sabe. Estamos a un clic de distancia.

 

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